I
Que el transcurrir impiadoso
del tiempo jamás conceda:
que todo lo que fue Amor
en desamor se convierta,
que la risa mute en llanto,
que la dicha torne en pena
o en infértil descampado
lo que nació buena tierra.
II
Que no se vuelvan diamantes
los corazones que esperan.
Que no se cubra de acero
la piel que hoy está sedienta.
Que no prescindan de besos
las bocas que están hambrientas
de la miel que reincidente,
mil y un veces se les niega.
III
Que la Moira sea clemente
y no transmute en arena,
la sal que brota y se funde
en el mar de entrambas piernas.
Que ¡nunca! nazca un puñal
de una caricia. Que tengan
piedad las palmas que buscan
una mano y no la encuentran.
IV
Que el profano devenir
del tiempo ¡jamás conceda!
que un vuelo celeste y franco
termine en fugaz estrella,
que un pájaro que fue herido
su alma de nubes resienta,
regenerando en serpientes
mal nacidas y rastreras.
V
Que este raudal de ¨te quieros¨
no se transforme sin vuelta
en el eco desolado
que sucede a las tormentas.
Que esta voz que cuenta sílabas
no codifique sus letras.
Que el silencio no le gane
a los versos la contienda.
VI
Que antes del pérfido Encono,
me dobleguen y posean
los fantasmas del Olvido
con sus alas polvorientas,
con su risa desdentada,
con su guitarra sin cuerdas,
con sus sábanas glaciales
y su olor a flores muertas.
VII
Que nunca te odie… mi amor,
por más que el destino quiera,
y a pesar de los pesares
que de recelos me llenan.
Por más que el viento se esfuerce
en golpear sobre las piedras
la esperanza que mantiene
con latido esta quimera,
¡que jamás mi corazón!
rinda al rencor sus banderas,
que nunca el Odio me clave
(Cupido Inverso) sus flechas.
Que el transcurrir impiadoso
del tiempo jamás conceda:
que todo lo que fue Amor
en desamor se convierta,
que la risa mute en llanto,
que la dicha torne en pena
o en infértil descampado
lo que nació buena tierra.
II
Que no se vuelvan diamantes
los corazones que esperan.
Que no se cubra de acero
la piel que hoy está sedienta.
Que no prescindan de besos
las bocas que están hambrientas
de la miel que reincidente,
mil y un veces se les niega.
III
Que la Moira sea clemente
y no transmute en arena,
la sal que brota y se funde
en el mar de entrambas piernas.
Que ¡nunca! nazca un puñal
de una caricia. Que tengan
piedad las palmas que buscan
una mano y no la encuentran.
IV
Que el profano devenir
del tiempo ¡jamás conceda!
que un vuelo celeste y franco
termine en fugaz estrella,
que un pájaro que fue herido
su alma de nubes resienta,
regenerando en serpientes
mal nacidas y rastreras.
V
Que este raudal de ¨te quieros¨
no se transforme sin vuelta
en el eco desolado
que sucede a las tormentas.
Que esta voz que cuenta sílabas
no codifique sus letras.
Que el silencio no le gane
a los versos la contienda.
VI
Que antes del pérfido Encono,
me dobleguen y posean
los fantasmas del Olvido
con sus alas polvorientas,
con su risa desdentada,
con su guitarra sin cuerdas,
con sus sábanas glaciales
y su olor a flores muertas.
VII
Que nunca te odie… mi amor,
por más que el destino quiera,
y a pesar de los pesares
que de recelos me llenan.
Por más que el viento se esfuerce
en golpear sobre las piedras
la esperanza que mantiene
con latido esta quimera,
¡que jamás mi corazón!
rinda al rencor sus banderas,
que nunca el Odio me clave
(Cupido Inverso) sus flechas.