¨Pitágoras con sangre (narra una
tradición) escribía en un espejo
y los hombres leían el reflejo
en aquel otro espejo, que es la luna.¨
J.L.Borges
tradición) escribía en un espejo
y los hombres leían el reflejo
en aquel otro espejo, que es la luna.¨
J.L.Borges
I
Por si el mundo ignorara la fortuna
que he tenido al quererte, hoy planeo
escribir lo que siento y lo que creo
en el blanco perfecto de la luna.
La idea es que no quede duda alguna.
¡Tan inmenso es mi amor! que su planteo
sobre un pobre papel es devaneo,
o una débil pancarta inoportuna.
Si los griegos usaban los espejos
para dar un mensaje cristalino,
y leer en la luna sus reflejos,
¿por qué yo no podría al ambarino
dios de arena marcarle desde lejos,
el amor que ha signado mi destino?
Vaticino
que algún día... (el lector no se asombre)
voy a osar escribir también tu nombre.
II
Tiene doble intención esta locura:
que los ojos de todos vean bien
cuánto y cómo te adoro y que le den
el blasón merecido a esta aventura;
y que sin telescopio ni mesura,
cada noche lo leas vos también,
todo el tiempo, setenta veces cien...
hasta hacer que declines tu armadura.
Y una vez que desnudo hayas quedado
bajo el cielo, sin armazón ni veda,
te dé mi corazón desamparado
para que vos lo envuelvas con tu seda,
y lograr, al saberte desarmado,
que me pagues con la misma moneda.
Dios conceda...
que algún día (el lector no se asombre)
yo me atreva a escribir también tu nombre.
Por si el mundo ignorara la fortuna
que he tenido al quererte, hoy planeo
escribir lo que siento y lo que creo
en el blanco perfecto de la luna.
La idea es que no quede duda alguna.
¡Tan inmenso es mi amor! que su planteo
sobre un pobre papel es devaneo,
o una débil pancarta inoportuna.
Si los griegos usaban los espejos
para dar un mensaje cristalino,
y leer en la luna sus reflejos,
¿por qué yo no podría al ambarino
dios de arena marcarle desde lejos,
el amor que ha signado mi destino?
Vaticino
que algún día... (el lector no se asombre)
voy a osar escribir también tu nombre.
II
Tiene doble intención esta locura:
que los ojos de todos vean bien
cuánto y cómo te adoro y que le den
el blasón merecido a esta aventura;
y que sin telescopio ni mesura,
cada noche lo leas vos también,
todo el tiempo, setenta veces cien...
hasta hacer que declines tu armadura.
Y una vez que desnudo hayas quedado
bajo el cielo, sin armazón ni veda,
te dé mi corazón desamparado
para que vos lo envuelvas con tu seda,
y lograr, al saberte desarmado,
que me pagues con la misma moneda.
Dios conceda...
que algún día (el lector no se asombre)
yo me atreva a escribir también tu nombre.