Se le durmió entre los brazos
de a poco, como se queda
dormido el sol en los anchos
pasillos de las veredas.
Ella tardó cien mil lágrimas
y un despecho en darse cuenta.
Y lo contó bellaqueando
a pocos… y a duras penas.
Se le durmió para siempre
con una mansa tibieza,
con un reflejo de otoño,
con un perfil de hoja seca.
Se le durmió sin palabras,
sin un ¨por qué¨, sin protestas,
acurrucándose lento
en el colchón de sus piernas.
Ella intentó despertarlo
con el compás de un poema,
pero el ¨tan tan¨ repetido
se diluyó entre las piedras.
(Cualquier tañido que nace
pero no encuentra respuesta,
se pierde mientras avanza
sin importar cómo empieza…)
Dios sabe cuánto ella quiso
desentrañar la manera
para que el propio dolor
también –así- se durmiera,
pero las penas no ceden
tan fácil… ¡son más arteras!
y a veces, es para siempre
que permanecen despiertas.
Tu Amor se durmió en sus brazos,
¡y no hay una sola enmienda!
que le sirva de consuelo
para acunar la tristeza.