Le ladró cuarenta noches a la Luna,
y logró que Él ¡por fin! la hiciera entrar.
En la cama le hizo un hueco (pa ´empezar),
-cualquier bestia se entusiasma, si la acunan- .
Se durmió después de ser muy cariñosa,
de lamerle las dos palmas sin reparo,
sacudiéndole la cola con descaro
y ofrendándole tibieza generosa.
Pero Él abrió la puerta muy temprano
y la echó de un empujón del cuchitril,
sin poder evitar que … ¡la muy vil!
le arrancara cuatro dedos de una mano.
Pensá bien, corazón, sería suicida
pretender extirparme de tu vida.