I
Soñé ayer que me querías.
Fue claro como un cristal.
Recordé todo al final,
incluso cuando decías
¡vos mismo! que me querías,
despejando toda cuita
y articulando un: - ¨Bonita,
sepa Usted que yo la adoro,
nombrandolá mi tesoro
por temporada infinita...¨
II
En ese momento mismo
sacaste un libro del alma,
apoyándolo en mi palma
(como quien se da a sí mismo... )
sin sujeción ni egoísmo,
y yo lo puse en mi pecho,
creyéndome con derecho
a reclamar tu porción
más grande de corazón,
por todo lo dicho y hecho.
III
Estábamos alejados
del mundo y sus directrices,
cocinábamos perdices
en dos hornos alquilados,
y juntos, y enamorados
cuando ya íbamos a dar
el mordisco en el manjar,
¡cantó el gallo del vecino!
con un fragor asesino
que me obligó a despertar.
IV
Por suerte, el segundo verso
de la Estrofa II expone
la realidad, que se impone
a cualquier acto disperso…
Podrá haber sueños diversos,
y vos, podrás nunca amarme,
pero NADIE va a negarme
que tengo tu obra escrita
arriba de mi mesita,
para siempre pavonearme.
V
Guardo mi propio Zahir.
Un talismán de papel.
Una prueba hermosa y fiel
que se ufana en subsistir
para dejarme seguir
acariciándote en ella,
como una imborrable huella
de que existieron tus pasos
y de que estuve en tus brazos
bajo estas mismas estrellas.
Soñé ayer que me quisiste…
Fue claro como un cristal.
Recordé todo al final,
incluso cuando dijiste
¡vos mismo!
que me quisiste…