I
Con el alma en una mano
y en la otra, una tristeza,
avancé por el desierto
superpoblado de penas.
Me fui sin irme, Dios sabe
que ninguno se dio cuenta,
y andan creyendo que estoy,
los pocos que me rodean.
II
Me fui de mis desazones
como quién a todos deja
boquiabiertos y pensando:
¿ Qué anda pasando con ésta…?
De todos modos sospecho
que por momentos… sospechan…
que yo ya vivo muy lejos,
aunque me tengan muy cerca.
III
Volví a Macondo una tarde,
y no quería en la siesta,
pasar por su casa fría
ni por sus muros de piedra.
Y sin embargo, en silencio,
dejé otro libro en su puerta,
como un acto de justicia
para esos pobres poemas.
Ya Cardenal escribió...
que la poesía se gesta
para un ¨otro¨, y que ese otro,
en general, no se entera.
IV
Caminé a ritmo bien firme,
con la mirada reseca,
y vi borrarse a mi paso
el rastro de toda huella.
Dejé un amor en la esquina,
un vacío en la vereda,
un dolor en varios versos
y una bronca bajo tierra.
V
Y me alejé de Macondo,
sin gloria, sin fe, sin pena,
cuando asomaba en el cielo
la primerísima estrella.
VI
Ser uno mismo es un precio
que paga aquél que se arriesga
a mostrar por fin la cara
y a romper máscaras huecas.
Ser uno mismo equivale
a transiciones eternas,
a encrucijadas enormes,
a decisiones inmensas.
Y al fin de todo el camino,
quizás, a encontrar respuestas
que te corroen el alma,
(como el que busca y no encuentra…).
Ser uno mismo es ganar
contra el espejo la guerra,
y a pesar de los pesares,
lograr escapar ilesa.
Caminé a ritmo bien firme,
con la mirada reseca,
y vi borrarse a mi paso
el rastro de toda huella...